MEXICO CITY – Cuesta más repararlo que comprar uno nuevo.
Pero las figuritas del Niño Dios en México tienen tanto valor sentimental en las familias que, cada enero, una calle del centro de la capital se convierte en un hervidero de gente con miniaturas religiosas —y algunas no tan pequeñas— en busca de un taller de manos, piernas, nariz, ojos, pestañas o dedos.
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La tradición mexicana dice que el 2 de febrero, día de la Candelaria, hay que presentar al Niño Dios en una iglesia para que sea bendecido. Aunque puestos a presentarlo en público, tiene que estar en buen estado.
Es habitual que de un año para otro, las figuras de yeso pierdan una mano, la nariz, algún dedo o, incluso, la cabeza entera. Sin embargo, son menos quienes sustituyen la pieza entera por una nueva, que los que acuden a repararla. Incluso cuando el precio de uno de estreno vaya de los 50 a los 300 pesos mexicanos —de poco más de 2 y hasta 15 dólares— y que la restauración salga lo mismo o más.
Todo depende de quién se lo regaló o de cuánto tiempo lleve en la familia.
“Mi Niño tiene 39 años con nosotros y cada año lo traemos a cambiarle su vestimenta”, presume Asia Borges, coach de fitness de 60 años, entre los puestos de la plaza del Niño Dios de Ciudad de México donde se arremolinan los artesanos que ven en enero la temporada de mayor demanda. “Hubo un tiempo en que cada año se le rompía un bracito. Aquí viene la cicatriz. Cada año era el mismo brazo”, cuenta, tras reconocer su fe católica.
El nacimiento de Jesús es para Borges y su familia un símbolo de que “viene a traer vida a toda la gente”.
Los devotos del Niño Dios empiezan a hacer los encargos desde inicios de año y los artesanos que devuelven la forma y brillo a las figuras trabajan hasta el mismo domingo 2 de febrero, día de la Candelaria.
“Dependiendo de lo que tengamos que hacer en una pieza, puedes tardar 10 minutos, 20, media hora...”, explica María Sánchez Arena, un ama de casa de 61 años que lleva desde los 18 ayudando a las familias a no perder sus Niños heredados. “A éste le vamos a poner tres deditos. Se pegó la cabecita, piernitas y todo se le pone, se le limpia y se empieza a trabajar”.
Ella empezó muy joven, cuando se casó, en el taller de pintura de su suegra para figuras en blanco. Y este año no ha parado de recibir pedidos desde el 10 de enero.
“Sale más barato comprarte uno, pero no es tanto el que lo compres, sino el que quién te lo haya regalado, por qué lo tienes. Nada más. Ése es Él”, reconoce.