NAKIVALE – Enock Twagirayesu buscaba obtener asilo cuando él y su familia huyeron de la violencia en Burundi, y lo hallaron en Uganda, la pequeña nación del este de África que ha asimilado a miles de refugiados de países vecinos inestables.
La familia de Twagirayesu ha crecido de dos niños cuando llegaron hace más de una década a ocho en la actualidad, una bendición pero también un indicador de la inmensa presión que el Asentamiento de Refugiados de Nakivale ha puesto sobre el paisaje cerca de la frontera con Tanzania.
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Lo que era una amplia cubierta forestal hace dos décadas ha desaparecido en su mayor parte, talada con el fin de obtener leña para cocinar. Cuando Twagirayesu vio a mujeres extrayendo raíces para quemar hace algunos años, supo que era momento de actuar.
“Vimos que en los días por venir, cuando se hayan acabado los árboles, nosotros también nos acabaremos”, señaló. “Porque si no hay árboles con el fin de emplearlos para cocinar incluso la gente no puede sobrevivir”.
Él y otros dos refugiados comenzaron a plantar árboles en 2016, y Twagirayesu, que en su país se ganaba la vida cosiendo, resultó tener un don para movilizar a la gente. Ese grupo inicial creció rápidamente, y ahora él encabeza la Asociación Ambiental Verde de Nakivale para llevar a cabo lo que Twagirayesu llama el asunto urgente de reforestar.
“Un árbol no es como los frijoles o el maíz, que plantas y mañana tendrás algo para comer. Plantar árboles es difícil”, señaló.
La deforestación es un problema nacional en Uganda, donde la mayor parte de las personas utilizan leña para cocinar, los árboles suelen ser talados con el fin de hacerlos carbón para exportación y algunos bosques son presa de la tala ilegal. El país ha perdido el 13% de su cubierta forestal desde el año 2000, según Global Forest Watch, una aplicación web para monitorear los bosques del planeta.
Nakivale, escasamente poblado por los habitantes locales, es uno de los pocos territorios de Uganda que podría albergar a muchos refugiados. En la actualidad viven más de 180.000 allí, y regularmente suelen llegar más.
Provienen de países vecinos como la República Democrática del Congo, donde la violencia esporádica provoca la salida de un flujo constante de personas que se dirigen a Nakivale. Hay refugiados ruandeses que aún viven en Nakivale luego de que llegaron allí poco después del genocidio de 1994. Después de que los refugiados son registrados, se les asignan pequeñas parcelas de tierra en las que pueden construir viviendas y plantar jardines.
El Instituto Nsamizi de Entrenamiento para el Desarrollo Social, un organismo local, está respaldando las actividades de siembra de árboles por parte de Twagirayesu y otros. El objetivo anual del instituto es plantar 300.000 árboles, luego de que en los últimos años ha sembrado unos 3 millones, dijo Cleous Bwambale, que está a cargo del monitoreo y la evaluación para el instituto.
Una tarde reciente, un grupo de refugiados estaba ocupado sembrando miles de plántulas de pino sobre el empinado y rocoso costado de una colina que da a la Escuela Primaria Kabahinda. Bajo un calor ardiente, usaban picos y azadones antes de colocar cuidadosamente las plántulas en la tierra. Casi todos los trabajadores tienen hijos inscritos en la escuela gubernamental, la cual cuenta con apoyo de donantes.
La subdirectora Racheal Kekirunga dijo que las intensas lluvias en el valle paralizan a la escuela cuando el agua de lluvia se desliza colina abajo y pasa por el jardín, obligando a profesores y alumnos a permanecer en el interior.
“Esperamos que, cuando plantemos estos árboles, ello nos ayude a reducir el agua corriente que podría afectar a nuestra escuela, y a los jardines de nuestra escuela”, declaró Kekirunga. “Especialmente a nuestro aprendizaje y enseñanza. Cuando la lluvia es demasiado intensa, uno tiene que aguardar a que disminuya y entonces ya puede ir a clase”.
El instituto Nsamizi, que funge como un socio de la Agencia de la ONU para los Refugiados en la implementación de soluciones en Nakivale, colabora con activistas como Twagirayesu en cuatro partes del asentamiento de 185 kilómetros cuadrados (71 millas cuadradas), según la ACNUR. El instituto alienta a los refugiados dándoles pequeños pagos en efectivo a cambio de pequeños trabajos específicos realizados, elabora mapas para los planes de reforestar espacios específicos de tierra y propociona plántulas.
Twagirayesu dijo que su grupo ha plantado al menos 460.000 árboles en Nakivale, creando arboledas de diversos tamaños y edades. Incluyen pinos, acacia e incluso bambú. Se ha obtenido ese éxito a pesar de los temores entre algunos en el asentamiento de que las autoridades, con el deseo de proteger las arboledas maduras, pudieran obligar algún día a los refugiados a volver a sus países de origen.
“Tenemos un problema porque algunas personas decían que, cuando planten árboles, van a ser obligadas a irse”, señaló. “Enseñarle a la gente a plantar árboles también se convirtió en una guerra. Pero en este momento, después de que vieron que seguíamos plantando árboles, nos vieron obtener leña, empezaron a apreciar nuestro trabajo”.
Twagirayesu dijo que, aunque él aún no ha acabado de sembrar árboles, “cuando caminamos en los lugares en los que plantamos árboles nos sentimos muy felices”.
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La cobertura climática y ambiental de The Associated Press recibe apoyo de varias fundaciones privadas. La AP es la única responsable de todo el contenido.