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En México, sobrevivientes narran increíbles huidas del sismo

Una rápida cachetada de su esposa devolvió a la realidad a padre aturdido

Conrad Vzquez, de 67 aos, se recupera tras caer de un rbol y quedar sepultado entre escombros en el sismo de la semana pasada en Mxico, en el hospital Magdalena de las Salinas, en la Ciudad de Mxico, el 27 de septiembre. AP/Rebecca BlackwelL

CIUDAD DE MÉXICO – La rama de un árbol protegió a un mecánico del derrumbe de un edificio donde murieron una docena de compañeros durante el sismo que remeció el centro de México la semana pasada. Una bofetada en la cara despertó a un aturdido padre, que corrió a poner a salvo a su hija, herida de gravedad.

Vecinos, compañeros de trabajo y peatones liberaron a los afectados de las garras de la muerte y taxis, autos privados e incluso autocares los trasladaron hasta los hospitales.

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Entre las interminables tragedias provocadas por el sismo de magnitud 7,1 que causó más de 300 muertos, hay increíbles historias de supervivencia.

Conrad Vázquez Martínez, un mecánico de 67 años, estaba en el tejado del laboratorio de cuatro plantas en el que trabajaba en el vecindario de Roma Norte, en la Ciudad de México, cuando la tierra comenzó a temblar a mediodía del 19 de septiembre.

"Cuando quise correr para ver a la gente, (el edificio) se colapsó detrás de mí", recordó Vázquez Martínez el miércoles, tendido en una cama del hospital Magdalena de las Salinas, donde se recupera de una cadera y una pierna rotas. "Corrí y corrí y de otro brinco llegué a la rama pegada al edificio. En alguna ocasión había hablado con un compañero sobre esa rama. Dijimos, 'El día que haya un problema aquí, por allí nos brincamos'," relató. "Lamentablemente, era vieja y se rompió".

Pero Vázquez Martínez nunca se soltó de la rama, que resultó ser su salvavidas. Cayó a una más baja y de ahí a la vereda, delante de un edificio cercano, rompiéndose la cadera y una pierna. Y entonces ocurrió un segundo milagro: La barandilla de un balcón se desprendió sobre él protegiéndolo en parte del impacto directo de los escombros.

La rama del árbol, que todavía llevaba agarrada con una mano, abrió un agujero entre los restos por el que pudo respirar.

El balcón "tenía una malla" por lo que las placas de concreto no caían directamente sobre él, apuntó. Cuando los escombros dejaron de caer, "yo me esponjaba, pero cada vez las losas me asentaban más, me planchaban más. Cada vez sentía más pesada la losa". 

Con la cara, la boca y la nariz llenas de escombros, Vázquez Martínez se dio cuenta de que el garrafón de agua que tenía en el tejado había caído cerca.

"Dios es tan lindo, que hasta el agua me llegó".

Llamó y chifló, y finalmente, sus compañeros de trabajo lo encontraron y lo sacaron a la superficie.

"Perder a mis compañeros es lo que más me duele", dijo. "Mi ilusión era salir y salvar (a gente), pero no pude, fallé".

Pero sí hizo una cosa, dijo el mecánico recordando sus acciones en los primeros instantes del temblor, "cerré el tanque de gas (...) una megabomba allí, posiblemente salvé a la colonia".

Fryda Medina, directora del hospital en el que está siendo tratado, dijo que el día del sismo los pacientes eran trasladados por voluntarios en autos privados y taxis. Dos heridos llegaron al centro en autocar. Todo el personal, incluso los jubilados, se ofreció para trabajar durante la noche y en los días siguientes, cuando recibieron más de 300 heridos. Solo uno de ellos murió, agregó.

"Son en esos momentos que se siente el espíritu que tenemos en México, la solidaridad", dijo Medina en el hospital, que está gestionado por el Instituto de la Seguridad Social mexicano.

Hay otras historias increíbles de personas que burlaron a la muerte. El fotoperiodista estadounidense Wesley Bocxe y su esposa, Elizabeth, lograron subir al tejado de su edificio de apartamentos de 10 plantas al inicio del movimiento telúrico. Su esposa falleció cuando el inmueble se convirtió en una pila de escombros, pero Bocxe logró sobrevivir de algún modo a la caída, aunque sufrió heridas graves.

Una mujer contó a medios locales que ella y dos familiares se refugiaron en el baño de su vivienda, en una planta alta, y la habitación, que parecía estar mejor construida que el resto del inmueble, cayó intacta al nivel de la calle. Pudieron escapar gracias a la ayuda de los vecinos.

El terremoto fue una pesadilla para los cuatro miembros de una familia en el vecindario de Iztapalapa, en el este de la Ciudad de México.

Los padres salieron corriendo de su casa con su hija de nueve años y su hijo de 13 cuando comenzó el temblor, pero un muro perimetral de dos metros (seis pies) cayó sobre los menores. Los escombros aplastaron la pelvis de la niña, dañando su hígado y causándole una hemorragia interna. Un hueso roto en la pierna del chico traspasó la piel y la sangre comenzó a salir a borbotones. El padre, que pidió que no se identificase a la familia por su nombre por razones de privacidad, dijo que estaba aturdido por la escena pero que una rápida cachetada de su esposa lo devolvió a la realidad.

"Cuando la vi en los escombros, con la mirada perdida y también inconsciente, entre en shock", dijo el miércoles en el hospital Magdalena de las Salinas. "La logré cargar (...) pensaba que estaba muerta. Mi esposa es la que me dio una bofetada, porque yo estaba totalmente (ido). Voltee y la vi, y me dijo 'hay que salvarle la vida, porque todavía vive'". La madre ayudó a su hijo, que estaba arrastrándose, para llegar a la calle y entonces se metió entre el tráfico para parar un auto.

"Me puse enfrente (del auto) y le pegué al cofre y le dije 'por favor, le suplico, ayúdenos a llegar al hospital'", recordó la mujer. "El señor se paró, abrió sus puertas y quitó unas cosas que traía. Ya no sé cómo subimos, pero llegamos. Le debo la vida de mis hijos". 

Una vez llegaron al centro, agentes de la policía que estaban en el exterior vieron el estado de la niña y se ofrecieron a llamar rápidamente a un helicóptero, que trasladó a los dos niños al hospital Magdalena de las Salinas.

La niña está tapada con las sábanas de su cama de hospital mientras su padre le sostiene la mano. Ha hablado con los psicólogos y ahora puede recordar con calma esos momentos de pánico.

"En mi cerebro se veía como el suelo estaba roto. Era como una ilusión", dijo. "Cuando me hizo ese susto, yo pensaba que yo no iba a vivir".


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